Mientras caminaba por la calle sentía que todo el mundo a mí alrededor se detenía lentamente. Veía claramente el rostro de cada una de las personas, tan distintas y tan iguales a la vez. Mientras seguía caminando vi a un niño jugando en la calle, tan inocente y lleno de felicidad; me entristece pensar que cuando ese niño crezca toda esa felicidad cambiara por amargura y en vez de jugar estará pensando en la vida y en los problemas que esta le traerá.
Más adelante me encontré a un hombre de negocios muy bien vestido y se le notaba un poco apurado, buscando soluciones y explicaciones a algo que, seguro mañana no tendrá importancia. Yo seguí mi camino y en un callejón, solo y triste se encontraba un anciano que trataba de seguir el paso de la vida, pero esta no lo esperaba; se veía triste pero lleno de sabiduría, a través de esos ojos ya sin brillo y cansados se refleja un pasado muy largo y un futuro muy incierto.
Que lástima que los jóvenes no los quieran escuchar, por que ellos también tienen mucho que decir. En el trayecto aprendí que cuando se es un niño, somos felices por que no estamos pendientes de tontos problemas y ni siquiera nos imaginamos que algún día puedan llegar.
Cuando se es adulto hay responsabilidades y queremos hacer todo lo mejor posible y vemos cada obstáculo como un problema.
Y cuando se es anciano, cuando ya no nos queda ningún otro problema más que el final, volvemos nuestra mirada hacia atrás y nos decimos: “Que tiempos tan lindos aquellos en los que no tenia problemas”
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