James Bond no descansa. Lo primero que vemos es una feroz persecución en auto en algún lugar de Europa que ya ni recuerdo, porque son tantos... pero persecuciones hay de sobra en esta película y todas son absolutamente espectaculares, ya sea en lancha, en avión o trepando el campanario de una vieja iglesia italiana. Sin duda, el filme se beneficia del desarrollo de los efectos especiales y la verdad es que si quedan algunos cabos sueltos no importa, porque la acción es el mensaje.
Bond tiene un defecto que constantemente le critica su jefa, M (Judi Dench), y es que casi siempre mata a los villanos y por lo tanto no se les puede interrogar. Bueno, si supiera que sus correrías son de vida o muerte... En fin, una cosa va llevando a otra y el 007 va a parar a Haití, gracias a la confesión de uno que sobrevivió. Va en busca del pez gordo, Dominic Greene (Mathieu Amalric), a quien ve cómo entrega a una bella joven a manos de un aspirante a dictador latinoamericano.
Ella es Camille (Olga Kurylenko), cuya familia fue masacrada por agentes del general Medrano (Joaquín Cosío), quien está conspirando para derrocar al gobierno boliviano con la ayuda de Greene y su mano derecha, Elvis (Anatole Taubman), a cambio de cederle los derechos al agua de su país. Irónico, ya que cuando nos trasladamos a Bolivia, llegamos al desierto donde la gente se muere de sed. Más irónico es el hecho de que se filmó en Antofagasta, territorio que Bolivia perdió en la guerra con Chile.
La motivación de Olga, al igual que la de James, es la venganza, y eso mantiene la tensión constante, además del hecho de que Bond tiene en un momento dado al gobierno británico y a la CIA en su contra. Craig se las arregla para meterle una pizca de humor a su personaje, pero a diferencia de las viejas películas de James Bond.
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