Friday, June 12, 2009

EL ANILLO


- Admirado Maestro, vengo a verle porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?


El maestro sin mirarlo, le, dijo:


- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, pues debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... y haciendo una pausa, agregó:


- Si quisieras ayudarme, podría... tal vez, después de resolver ese problema poder ayudarte.


- En...encantado, maestro - titubeó el joven, que otra vez más se sintió desvalorizado, y que sus necesidades eran postergadas.


- Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba y dándoselo al muchacho, agregó:


- Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió.


Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven les decía lo que pedía por el anillo.


Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos se reían, otros se daban vuelta y se iban.


Sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Con el afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones claras de no aceptar a menos que le pagaran con una moneda de oro y rechazó la oferta.


Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado - más de cien personas - y abatido por su fracaso, montó el caballo y regresó.


Cuánto hubiera deseado tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.


Entró en la habitación.


- Maestro - dijo - lo siento, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie con respecto al verdadero valor del anillo.


- Qué importante lo que dijiste, joven amigo - contestó muy sonriente el maestro - Primero debemos saber el verdadero valor del anillo.


Vuelve a montar y vete a visitar al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que él te ofrezca, no se lo vendas.


Vuelve aquí con mi anillo.


El joven volvió a cabalgar.


El joyero examinó el anillo a la luz y con su lupa, lo pesó y luego le dijo:


- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender YA, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.


- ¡ 58 MONEDAS! Exclamó el joven.


- Sí, replicó el joyero, sé que con tiempo podríamos llegar obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...


El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.


- Siéntate - dijo el maestro después de escucharlo - Tú eres como ese anillo: una joya, muy valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?


Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en su dedo.